Cuando
nos presentaron, tenía que haberle hecho caso a mi padre como en otras tantas
ocasiones, pero el ser humano, casi nunca hace caso de los consejos de sus
mayores. No tenía que haber sucumbido a tus abrazos de blanca serpiente.
A
mi padre no le gustaba que estuviera en tu compañía, y algunas veces hasta me
tuve que esconder de él cuando bajaba contigo por la calle Real. Fue una
amistad sincera por mi parte; pensé que podría estar contigo sólo cuando
saliera a tomar unas copas, o cuando me ayudaras a ligar, pero ¡Ja, ni de
coña!, te fuiste adentrando irremediablemente, como un virus maligno, en mi
vida.
Sé
que fue culpa mía, ya que cuando estaba
solo, buscaba tu compañía; si estaba nervioso deseaba encontrarte, si estaba
aburrido me entretenía contigo, incluso algunas noches, cuando no podía dormir
porque no te encontraba a mi lado, salía a buscarte por cualquier recodo del
pueblo.
Poco
a poco me di cuenta que tu amistad conmigo no era la misma que la mía contigo;
tú tenías muchos más amigos a los que regalabas tu aliento.
Con
el tiempo, decidí dejar de ser tu camarada, pero me fue imposible; estaba
totalmente enganchado a tus blancos susurros; intenté dejarte de lado muchas
veces, de mil formas, pero incluso en esos momentos gritaba tu nombre de
madrugada, buscando que confortaras mis temores con tus blancas manos.
Con
el paso de los años, te prohibieron entrar conmigo en muchos sitios, y tenías
que acompañarme hasta la puerta saliendo yo de vez en cuando a charlar contigo, hasta la hora que saliera definitivamente.
Poco
a poco, cada vez que salíamos a dar una vuelta me resultaba más costoso cenar,
tomar copas contigo o incluso charlar un rato, te llevaste contigo a muchos
amigos y conocidos y los quitaste de en medio, pero yo seguía fiel a tu
compañía; mucha gente me decía que te dejara, que lo iba a pagar caro, que no
era bueno estar contigo; pero cuando sufrí la operación de la vista, estuviste
a mi lado mañana, tarde, noche e incluso madrugada, hasta que llegué a tenerte miedo.
Tanto
pánico te tuve, que decidí buscar ayuda psicológica para poder abandonarte
definitivamente, y gracias a Dios
apareció una persona que me convenció en pocas horas que tenía que
romper con tu amistad definitiva y decididamente.
Por
estas fechas hace ya varios años que no te siento a mi lado, si bien me acuerdo
de tu amistad y me acordaré siempre de ella, pero ahora mismo no te necesito a
mi lado, y espero no necesitarte nunca más.
Veo
que sigues teniendo muchos amigos a los que acompañas, a los que sosiegas, a
los que susurras voces blancas, a todos les diría que te abandonen, que no
saben lo que hacen al estar contigo; pero en fin, nadie escarmienta en cabeza
ajena.
Querido
ex- amigo, fue malo conocerte, peor fue tratarte, pero ahora lo único que se me
ocurre es que te vayas muy lejos y dejes en paz la salud y la cartera de tantas
y tantas personas.
Espero
no tratarte nunca más, aunque no tendré más remedio que seguir viéndote y
oliendo tu perfume inconfundible.
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