Cuando era pequeño y nos endilgaban en los Maristas y después en el Colegio Libre Adoptado Mixto (ahora el IES Lucus Solis) esa ristra de deberes, o tenías que estudiar en esos libros, que eran tochos importantes, ufff, me resultaba muy difícil.
Nunca fui buen estudiante, aprendía mucho más en las clases con las explicaciones de las lecciones que lo que después podía empollar "hincando codos" como se dice normalmente.
Me subía a mi cuarto, con el libro, la regla y el lápiz para subrayar y un vaso de agua; empezaba la lección a estudiar, leía, leía y leía; subrayaba, subrayaba y subrayaba, y cuando terminaba la primera vuelta, empezaba de nuevo, leyendo toda la lección y repasando si lo lineado estaba correcto; después, leía ya solo lo señalado.
Cuando llevaba una hora ya las letras se amontonaban, y mis sentidos volaban a otros menesteres olvidando el libro; y en los exámenes finales ni os cuento.
Sin embargo, cuando Dª María del Coral Rossi, abuela de mi amigo de la infancia Enrique Sánchez, me dio la oportunidad de leer libros de su biblioteca particular, recuerdo que la primera novela que me presto (aconsejada por Enrique) fue la obra de Agatha Christey "DIEZ NEGRITOS"; me acosté con la novela a las nueve de la noche de un sábado y la terminé sobre las seis de la madrugada del domingo. Me acuerdo perfectamente de la trama, del desarrollo y del final de la novela.
La lectura es como el alimento; el provecho de ella no está en la proporción de lo que se come, sino de lo que se digiere.
Lo mismo que es conveniente digerir la comida para que lo que comamos nos alimente bien, debe ser igual a la hora de leer, leer y que nos enteremos de lo que leemos, porque algunas veces...
Espero que alguna de estas reflexiones que subo diariamente, alguna vez os aprovechen algo, gracias por leerlas.