Unos desarrollaron un virus benigno que sirviera para que los habitantes de
una comunidad recuperaran la supremacía teóricamente perdida; se inoculó hace
tiempo, en período de prueba, y poco a poco se fue desarrollando en varias
generaciones.
Los
habitantes del resto del territorio no se dieron cuenta de cómo se difundía el virus;
de cómo se multiplicaba en los habitantes de la comunidad (al resto no les
afectaba), a ellos sí.
El
virus se cultivó hace muchos más años, pero estuvo congelado casi cuarenta,
hasta que se descongeló definitivamente.
Ese
germen, hacía que los habitantes de la comunidad, no a los otros para los que
era inocuo, creyeran tener cada vez más inteligencia, más capacidad de trabajo, y por
ende se consideraran más superiores a sus vecinos colindantes.
Los
niños y niñas que nacían, progresivamente tenían los genes del virus más
desarrollados; usualmente despreciaban más a los colindantes, poco a poco su
complejo de superioridad era más grande, y cada vez, estaban más convencidos
que tenían que abandonar a los del resto del territorio en el desierto.
A esos que venían del resto de territorios hasta la comunidad, se preocupaban de
inyectarles el mismo virus, ya mutado, que incluso les hacía ver alucinaciones
y hacerlos creer más capaces incluso que los que ya residían allí.
Esta
historia de ficción me ha recordado a dos
películas famosas: “Inferno”, de Dan Brown; y “El origen del planeta de los
simios”, de Rupert Wyatt.
Cuando
un virus infecta a una comunidad, y la historia nos lo ha demostrado con creces, no hay remedio, no hay medicina posible, no
hay antibióticos, ni pastillas, ni jarabes, ni medidas, ni paracetamol de 155
mg.; la única solución, es inventar una vacuna e inyectársela a todo el mundo, a los unos y a los otros; como se ha hecho toda la vida.
Ahora y dado el momento en el que estamos...¿Quién
la desarrolla, y cómo?
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.