La gravedad no la descubrió Newton; la verdad es que la manzana hizo todo el trabajo.
El señor estaba descansando bajo un manzano, y la manzana golpeó fuertemente la cabeza de Isaac, pero gracias a la peluca, que se usaba en ese tiempo, la manzana se salvó y le susurró a Newton que se había caído por mor de la gravedad, y que todo cae en dirección al centro de la tierra. Una serendipia como otra cualquiera, que dio lugar después a una cantidad ingente de experimentos y teorías.
Érase una vez que Arquímedes y el rey Hierón tenían una duda sobre la corona del rey. El rey consultó al filósofo para resolver el problema de la
corona de una vez por todas –probar si era toda de oro o no-. Estaba el sabio
griego un buen día preparándose para tomar un baño en una bañera, entretenido
con esa cuestión. De repente, tuvo una visión de la solución y salió corriendo,
desnudo por las calles de la ciudad, gritando “¡Eureka, Eureka!”, que en griego
quiere decir “¡Lo he encontrado, lo he encontrado!”
Lo que encontró fue lo que hoy llamamos el “Principio de
Arquímedes” (que se basa en empuje hidrostático). A partir de él, podemos
afirmar que: “un cuerpo sumergido en un líquido flotará, se hundirá o quedará
neutro de acuerdo con el peso del líquido desalojado por este cuerpo”.
Total otra serendipia.
Y otra más la de Fleming con la penicilina, un moho que creció en un cultivo olvidado en su laboratorio, y etc., etc.
A ver si hay suerte, y con una serendipia (hallazgo grandioso que se produce de manera accidental o casual), se encuentra de una vez por todas un remedio eficaz contra los COVID que nos acosan que falta está haciendo.
Foto extraída de la página: franciscotorreblanca.es |