Sanlúcar la Mayor a tres de agosto de
2015
Querida hermana Encarni:
En estos últimos días estoy
subiendo al Facebook alguna que otra
foto en las que aparece mamá conmigo, disfrutando y riéndose en la piscina. Me
han encantado los comentarios que han realizado la familia y los amigos (tanto
míos, como tuyos), sobre lo bien que
estamos, lo bien que ven a mamá, y lo buen hijo que soy por hacer que se lo
pase bien.
Yo te escribo a ti
“particularmente” porque no son conscientes de muchas cosas.
Desconocen por ejemplo… quién
se despierta a cualquier hora de la madrugada para asistirla cuando se le baja
“el azúcar” y le da la temblona.
No saben… quién escuchaba sus
lamentos cuando ha tenido alguna caída o una de sus múltiples fracturas; quién
vigila sus medicinas, quién la baña cuando ella no puede, quién le plancha la
ropa.
Ignoran… quién la trae a
urgencias con cualquiera de sus achaques, quién la lleva para acá y para allá,
quien escucha sus desdichas, quien aguanta sus caprichos, quién la lleva de
compras, quién se compró un tipo de coche especial porque le venía mejor a su
madre para montarse.
Desconocen quien avía la casa
en los días de descanso de su trabajo, quien duerme con un ojo abierto y el
otro cerrado por lo que pueda pasar, quién se despierta todos los días de
diálisis a las cinco y media cuando suena el despertador, quien estuvo noches, noches,
y noches en el hospital a su lado, quién no dormía viéndola tan débil, en suma
quien está cuando no está nadie más y para rematar el pastel, sin un solo
reproche que yo haya oído de tus labios.
Me perdonarás que en este
texto no hable ni de papá ni de la abuela, que también se llevaron tus
cuidados.
Por eso querida hermana
Encarni, mejor dicho, doña Encarnación, hoy mi reflexión es para usted señora,
y creo firmemente que nuestro común hermano estará completamente de acuerdo con
lo que he escrito.
¡Chapeau para usted!.
Te quiero.
Un beso.
Tu hermano, Jóse.