En mis periplos de la vida en los que la cuesta
abajo se instaló en mis sentidos, apareció ella, sin pedirlo, aún a costa de lo que
pudieran graznar las malas lenguas; fue paño de lágrimas, psicóloga, conversadora,
compañera en el cine y en el teatro, disipadora de nubes grises y cuidadora de
enfermo en algunos momentos; en suma, fue lo que deberíamos considerar: una
amiga con mayúsculas.
Tenía un paquete de tabaco, que guardé de recuerdo
cuando lo abandoné, que consumió cigarrillo a cigarrillo, en sus visitas por la
tarde a tomar un café.
Fue un invierno y primavera mucho menos duro
gracias a ella, y jamás, bien digo jamás lo olvidaré.
Recuerdo que le contaba sueños desagradables,
pensamientos que me carcomían los sentidos, y le hacía ver todo lo que yo no
podía ver en esos días; estaba muy preocupado y bastante perdido en eso de la autoestima.
Ella, lo arregló con sólo dos palabras mágicas , me dijo:
Cuando estés mal, cuando la cabeza te de vueltas
para donde no quieres, cuando el sueño se torne en pesadilla, cuando en un
momento de la noche se abran tus ojos como si tuvieran los párpados atrapados
por dos palillos de diente, cuando estés mal, o muy mal, pronuncia estas dos
palabras mágicas mirando al techo…
¡A CHUPARLA!
Media vuelta, y a otra cosa.
¡Son magníficas estas palabras mágicas!, son bálsamo
reconfortante, jarabe desmemoriado, sedante para descansar, y despejadoras de
nubarrones negros.
Si tenéis alguno de estos síntomas, utilizad este
hechizo; os garantizo su eficacia.