Hace años, cuando trabajaba en la oficina, conminaba a mis compañeros a que archivaran la documentación que generábamos a diario; siempre les decía que si guardábamos los papeles del día, serían siempre pocos para ordenar, mas si pasaban días o incluso semanas sin hacerlo, el montón se iría haciendo cada vez más grande, hasta que en un momento tendríamos que dejar de hacer nuestro trabajo para dedicarnos exclusivamente a archivar.
En los últimos años, bueno no, en los últimos no, ya llevamos mucho tiempo, desde el boom de la construcción, en los que los dirigentes que han regido nuestro destino en este país, se han dedicado alevosamente a procrastinar.
Empezando por las pensiones, pasando por el control de los dineros, siguiendo por la independencia de la justicia, continuando por los abusos de poder, empalmando con el despilfarro, y persistiendo con rupturas sociales, y terminando con quitar de en medio a los caraduras, se ha procrastinado en todo.
Y entra un gobierno nuevo, y procrastina; y sale otro y vuelve a procrastinar, y se procrastina con el control de los libros de texto, con la agilidad de la sanidad, con las carreteras, es una procrastinación continuada.
En este país, tenemos tantas cosas por archivar, como necesidades pendientes, o como progresiones necesarias.
En época de promesas siempre se juran muchas cosas, que en el momento que termina ese tiempo se procrastinan, las cosas se dejan para mañana, para pasado mañana, para el mes, año, lustro o decenio siguiente, o para que lo hagan los próximos que lleguen, y se hace caso omiso del refrán: No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy; que no es nada más que el significado de procrastinar.