Hay muchos y muchas que se creen, o nos creemos, que somos insustituibles; que nadie es capaz de hacer las cosas como las hacemos nosotros o nosotras, que ninguna persona es tan inteligente como para llevar los gastos de una casa sin papeles; que nadie es capaz de llegar de Sevilla a la playa en menos de una hora.
Hay muchos y muchas que se piensan, o nos pensamos, que si hay cosas en el suelo, o si hay ropa sucia, o si tenemos que hacer de comer, o si tenemos que fregar, o coser, si no lo hacemos nosotros no lo va a hacer nadie.
Hay muchos y muchas que se suponen, o nos suponemos, que nadie va a llevar el control de las cosas que hay que hacer, de las consultas a las que deben acudir los que están en casa, de las horas y los días en los que tienen que trabajar, de la fecha para pasar la ITV, si no nos preocupamos nosotros, no se va a preocupar nadie.
Hay muchos y muchas, que imaginan, o nos imaginamos que si nosotros no estamos en este mundo para dirigir la parcela que Dios nos ha encomendado, esa entrará irremisiblemente en el caos, en el desorden, en la confusión, en un desastre tan irracional que nadie excepto, ellos y ellas, nosotros y nosotras serán o seremos capaces de enderezarlo.
Ja, Ja, Ja, y más Ja.
Por mucho que se digan o nos digamos: ¡Si no lo hiciera yo, a ver quién lo iba a hacer!, seguro que si no estuvieran o estuviéramos, que será lo más probable más tarde o más temprano, las cosas se harán; más bien o más mal, más lento o más rápido, o buscarán quien se lo haga, o por supuesto, y eso ha sido toda la vida así, aprenderán a hacerlas.
¿Y lo malo de todo esto sabéis qué es?
Que esa frase: ¡Si no lo hiciera yo, a ver quién lo iba a hacer!, está grabada a fuego en nuestro ADN, así como estaba grabado en el ADN de nuestros padres, y que por desgracia lo hemos transmitido genéticamente a nuestros hijos.
Y si queréis comprobarlo, intentad decirles que os dejen tocar algo que estén haciendo...
En fin, lo he tenido que escribir, porque si no lo hago yo...
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