Hay cosas que no tienen perdón de Dios (evidentemente para los que crean); últimamente los que determinan dónde y cuando se ponen los anuncios de televisión están para, literalmente: ¡Despedirlos sin un duro de indemnización!
Estás viendo cualquier programa, a más privada, más anuncios, cuando de pronto aparece un pequeño de color moreno mal bebiendo en una acequia o en un charco más sucio que la planta de sus pies (de andar descalzo, por supuesto).
¡Ayúdanos a salvar vidas! dicen los de los anuncios de Unicef.
¡Ayúdanos a vacunar a un niño! dicen otros.
¡Con solo diez euros al mes puede estudiar un niño!, ¡Apadrina!, otros.
Y así muchos de los que podría o podríais hablar; pero lo más lamentable es lo que viene después de uno de estos anuncios; casi siempre, y digo casi siempre, es la publicidad de una colonia, de una espuma de afeitar, de un coche o de cualquier otra cosa, cuyo protagonista es un famoso.
¿Cómo tienen la desfachatez de poner un anuncio de un tío o una mujer que cobra un pastón por hacerlo, después de pedirnos ayuda desconsoladamente a todo el orbe?
¿No les da vergüenza a los protagonistas de esos anuncios aparecer detrás de esos pobres niños y niñas que no tienen ni lo más imprescindible para sobrevivir?
¿Los asesores de imagen de esos ídolos o "ídolas" no dicen nada?
Eso es lo mismo que si vas por la calle y hay un pobre e inmundo pedigüeño en una esquina, que también es donde duerme si lo dejan, y te paras delante de él; sacas la billetera y empiezas a contar billetes de cincuenta euros, no hacen falta más grandes, y después le echas en el cacillo solo cincuenta céntimos.
¿Cómo crees que se puede sentir el que está pidiendo en el suelo?
El otro día escuche a José Miguel Monzón Navarro (El gran Wyoming): No es necesario contar billetes delante de los pobres.
Que cada cual lo interprete como quiera.
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