Hace
dos años por estas fechas, éste que escribe estaba luchando ilusionado por conseguir
rotular una calle de nuestra ciudad con el nombre de una gran mujer, hija de
otra gran señora; estaba muy mayor, y tenía miedo que no lo pudiera vivir.
Recogía
firmas, enviaba cartas al Ayuntamiento, y reclamaba el nombre de esta señora
para una calle, estoy plenamente convencido de que se lo merecía, y su madre
también, pero a ella la conocí menos.
Me
disgusta enormemente que se dediquen homenajes póstumos a tantas personas,
famosas y no famosas; tantas medallas al mérito una vez muerto o muerta; ¿Es que acaso
cuando el policía, el bombero, estaban vivos, no tenían mérito? ¿O quizá el torero no era bueno antes de su
muerte? ¿ O el futbolista fallecido prematuramente?
Lo
mismo pasa en los funerales, de la familia, de los amigos…
-
¡Qué
bueno fue!
- ¡Que divertido era!
-
¡Hay
que ver cómo se comportaba con todo el mundo!
-
¡Qué
lástima de mi padre, o de mi madre!
-
¡Qué
pena de mi esposa, de mi marido!
- ¡Le hacía favores a todo el mundo!
- ¡Le hacía favores a todo el mundo!
Joder,
pues si tan bueno o buena era, por lo menos habérselo dicho en vida, haberle
hecho la existencia más llevadera, y no la hubieras o lo hubieras maltratado física y
psíquicamente tantas y tantas veces como lo hiciste.
Después
viene…
Mucho
llanto, mucho dolor externo, mucho luto, mucha lápida, muchas flores, en fin,
mucha mentira.
No
soy partidario, ni jamás lo seré, de los premios póstumos, de los homenajes a
los fallecidos, si en vida se les ha tratado mal, se le ha hecho la vida
imposible, o simplemente no se les ha dado el sitio que les correspondía.
Si no hicimos los homenajes in vita (en vida) a nuestros seres queridos, a nuestros amigos, a la gente que admiramos a diario, en el día de los difuntos, después de muertos, creo que no sirven absolutamente para nada.
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