Al negro tenemos la costumbre de catalogarlo como malo; la oscuridad es miedo a
lo que no podemos ver, el blanco es la luz del dĂa, el sol; cuando vemos algo muy mal lo vemos todo negro,
y al descubrir la soluciĂłn o el camino decimos en voz alta que se nos hizo la
luz; la muerte va vestida de negro, el
luto es negro, los pañales y las ropas de los bebés son blancas; las guerras
son negras mas la paz viste siempre de blanco; la suciedad es negra y la pureza
blanca; al demonio siempre se le representa negro y a los ĂĄngeles con alas
blancas; las casillas del tablero de ajedrez o damero son blancas y negras; en
muchas culturas, todavĂa el negro es un ser inferior prevaleciendo los que son
de color blanco.
El
negro siempre es malo y lo bueno todo es blanco, pero es esta vida que nos ha
tocado vivir eso no es asĂ, ni mucho menos.
No
puede ser asĂ, porque el ser humano no es siempre bueno, (no somos ĂĄngeles),
pero tampoco somos siempre malos (demonios).
A
las personas, a las situaciones de la vida, a las cosas, a la familia, a los
padres, a los hijos, a los compañeros de trabajo, a los amigos, a todo lo que hay en este mundo
habrĂa que catalogarlos de grises; unos grises mĂĄs oscuros y otros mĂĄs claros.
Me
hago eco de una frase de un genio de la mĂșsica actual Sir Paul Mc Cartney:
“LA VIDA ES MUCHO
MĂS GRIS QUE BLANCA O NEGRA”.
El gris parece ser que es el color del equilibrio, pero no tendremos mĂĄs remedio que coger el plumero de vez en cuando y desempolvar
nuestra existencia, para que el gris que la colorea, sea un poco mĂĄs claro.
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