Crees que te ha nacido un hijo, pero te encuentras un tesoro; vas a conocer a una persona a ver qué pasa, por probar... y se torna en tu compañero o compañera de por vida; accedes a tu nuevo puesto de trabajo con la esperanza de no llevarte muy mal con tus compañeros, y estos se convierten en amigos e incluso en hermanos. Por la mañana los médicos suponen que un ser querido tiene cáncer de pulmón y tres horas más tarde, después de mil pruebas, resulta que nada de nada; sientes pánico por una operación quirúrgica y el desenlace no resulta tan doloroso; vas repartiendo curriculums buscando trabajo y lo encuentras donde menos te lo esperas, te preparas solo tres temas de los quince de un exámen, y te toca uno de ellos, a veces lloras en la vida por algo, y al final, ese algo es el artífice de tu felicidad. Quieres, deseas fervientemente que te toquen la lotería, o el euromillón, o los cupones, y te encuentras con una vida entera por vivir en la que puedes decidir tu destino; te imaginas que tienes padre y hallas: consejero, médico, profesor, educador, cocinero, mecenas, compañero, chófer, ayo, entrenador, animador, cuenta cuentos, y millones de cosas más.
Casualmente, sin esperarlo, hallas cosas magníficas y valiosas, personas geniales que te hacen la vida más fácil sin suponerlo, gentes que te encuentras sin saberlo en el camino y que ya no salen jamás de esa ruta, y eso tiene un nombre: serendipia. (La pelicilina fue en su tiempo una serendipia)
Muchas serendipias para todos y todas.