Posiblemente
hace cuatrocientos cincuenta años el culto a Nuestra Señora de la Soledad de Sanlúcar la Mayor era diferente, al igual
que al del Dulce Nombre de Jesús; lo más probable es que los cultos y la procesión de penitencia empezaran por esas fechas a mutar del teatro religioso a las representaciones en
imágenes, quizá se iniciara el hospital gremial; mas siempre, y desde incluso antes, su manto negro arropaba, arropa y
arropará a sus hijos y a los sanluqueños, que por aquel entonces, entre todos no sumaban más de setecientos cincuenta vecinos.
Reinaba en aquellos tiempos en una nación ya unificada el nieto de los Reyes Católicos,
Felipe II; y si nuestro recuerdo es y será bendito por los siglos de los siglos; también
los hay malditos, como el inicio de la Inquisición en América; y tristes
como el fallecimiento de San Juan de Ávila, ambos en aquel año.
Aparte
de las efemérides anexas a la nuestra, que comparadas con ella, son simples anécdotas; lo que realmente la hace especial es la grandeza de una Fe; el
inconmensurable avance de ese manto negro de fervor que ya anega a miles de
fieles, y que con este acontecimiento se extenderá a nivel mundial.
No
hay nada que temer, Ella tiene la capacidad celestial de arroparnos a nosotros, y a
todo el orbe cristiano.
Me
voy a quedar con lo que subrayó Monseñor Asenjo en la misiva que envió al
Cardenal Mauro Piacenza: “Esta corporación la componen buenos cristianos, con
deseos de profundizar en la fe, fervorosos y comprometidos con su parroquia en
el anuncio del Evangelio.
Deseo
fervientemente que la apertura de este año Jubilar nos abra también a todos los
hermanos el corazón, para que podamos ser fieles a esos deseos de Monseñor Asenjo, ahora y para siempre.