Me vengo a referir a la extraña paradoja del anuncio del refresco acuario, ese que se toma con hielo, limón y sin sudadera.
Cuando conoces a alguien, automáticamente, casi sin hablar con él o ella, emites un prejuicio de esa persona. Si sigues con esa relación, para bien o para mal, vas entrando en su vida, en su forma de actuar, en su comportamiento contigo y eso hace cambiar el prejuicio que hiciste previamente, convirtiéndolo en post-juicio.
Hay muchas cosas que admiramos, sobre todo con nuestros ojos, que después son miserias, cosas escondidas y personas retocadas; otras, que nos deleitan los oídos y al final son mentiras, patrañas y bulos.
Más al contrario, con el tiempo, en el post-juicio: aprecias, valoras, te enamoras, te gusta, te cae bien, algo o alguien en particular por quien tuviste un prejuicio desfavorable.
Hoy en día, en nuestro país, hay un inmenso prejuicio al que nos han abocado treinta y tantos años de sectarismo; un prejuicio que ha ido pintando un retrato de la sociedad en la que han estado viviendo durante esos años; ese cuadro ya está saturado de retoques con photoshop para que luzca según ellos desean.
Si realmente se llega a exponer ese cuadro al público, ese mismo público que aplaudiría a rabiar esa exhibición, cuando empiece a ver detenidamente los trazos, comprobará que algunos son garabatos y borrones, de lo mal realizados que están. Y entonces...
El post-juicio, será mucho más penoso y decepcionante de lo que hubieran creído, y muy probablemente llegará a ser un perjuicio.