La mayoría de los componentes de la legión pasaron a formar parte de las huestes del imperio, siendo muy jóvenes; empezaron como todos, haciendo recados a los veteranos, llevándoles comida y limpiando sus armas mientras aprendían las artes de la lucha en el ataque y la defensa.
El tiempo pasó inexorablemente para todos; algunos llegaron a legatus, a centuriones, y algún privilegiado a tribuno; pero la mayoría terminaron sus días en la legión del imperio como milites-pedes; esos que, día a día de lucha, eran los primeros que daban el pecho azuzados por sus superiores.
Combatieron en muchos reinos defendiendo a la centuria Híspalis, cuya bandera era una "apes" dentro de un hexágono, sus huestes conquistaron: el reino de Híspalis, el condado de Xeret, el reino de Granada, y una vez abanderados por la "stella mironense" lucharon por el condado de Barcino.
Muchos legionarios murieron por estocadas, sin filo, en el corazón, otros sufrieron la picadura del maldito cangrejo asesino que habita en los campamentos; muchos fueron heridos de guerra (hasta en los ojos), y tuvieron que retirarse obligatoriamente.
Y cuando la mayoría, al quitarse el casco, descubrieron que sus cabellos (a los que les quedaban cabellos) se habían tornado blancos, el Imperio decidió mandarlos para casa, al retiro de un guerrero y una guerrera curtidos y curtidas en tantos y tantos años de lucha.
Los legionarios de la Híspalis, se desperdigaron por los barrios y arrabales de su ciudad en años sucesivos; y un feliz día, unos pocos decidieron reunirse para hablar de la vida, de la legión, de las heridas, del impero; lo hacían, y lo siguen haciendo cerca de uno de los campos de batalla, cerca de las Serpes, con otros que se han sumado a la legión, entre ellos yo mismo. Los miércoles (cuyo nombre proviene del planeta y dios mercurio) nos unimos para dar culto al dios Marte, dios de la guerra, alrededor de unas buenas tostadas con jamón, aceite, tomate y un buen café.
La llamaré a partir de hoy: La legión de Mercurio.
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