En estos dos o tres Ășltimos dĂas, he tenido un retazo de remembranza, un ramillete de recuerdos del pasado, unas pĂĄginas de mi memoria histĂłrica.
El miĂ©rcoles, al desayunar, una de las comensales, pidiĂł una tostada con el pan blanco, poco hecho; mi abuela Concha, la dulce, siempre pedĂa pan blanco en la panaderĂa con la cartilla de racionamiento, y ese fue su apodo de por vida.
Por la tarde, fui a dar un pésame, y el marido de la finada, era de Valencia; y como cada vez que escucho Valencia...
-¡Pues mi abuelo era valenciano!, mi abuelo Eduardo, buen tipo, tranquilo, trabajador, formal; eso si, comilĂłn, pero bonachĂłn y muy querido por todos.
Ayer por la mañana, una señora me decĂa que estaba perdiendo los dientes a causa de la diabetes, y me acordĂ© de mi abuela Encarna, señora altiva y cariñosa; sus dientes se fueron debilitando por los cabezazos que yo le iba proporcionando cuando me cogĂa en brazos de bebĂ©, al final tuvo que prescindir de todos ellos.
Y por la tarde, estuve hablando con un guardia civil jubilado de los sueldos que les quedan como pensionistas y de los que cobran estando en activo; mi abuelo, Manolo (el motorista), tras dedicar su vida a ser chĂłfer del capitĂĄn de la guardia civil, y despuĂ©s de retirado, tuvo que consagrar sus dĂas de jubilaciĂłn a otros menesteres para sobrevivir, y asĂ podernos ayudar algĂșn mes que otro a nosotros, para poder seguir adelante.
Y mi padre...
Ăl, siempre estĂĄ presente en todos mis actos; muchas veces, antes de hacer algo me pregunto: ¿me podrĂĄ reprochar algo mi padre si hago esto?; ¿No?, pues adelante; fue un espejo de rectitud y formalidad donde me miro a diario.
Estos Ășltimos dĂas de verano, para mĂ, han sido unas clases exhaustivas para mi memoria histĂłrica.
PodrĂa diferenciar tres tipos de memoria histĂłrica:
Una, que se resume en un montĂłn de huesos, polvo o cenizas; otra, que para muchos y muchas, permanecerĂĄ enterrada para siempre porque no merece la pena evocarlos ni evocarlas; y la Ășltima, la memoria de los que nos acompañaron en el camino de nuestra vida, nunca estarĂĄn muertos, porque han dejado su huella grabada en nuestras almas como un buen recuerdo.
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