De las personas mayores siempre, siempre he
aprendido; ya he dicho que durante muchos veranos, en la calle Lepanto, nos
sentĂĄbamos, o por lo menos yo me sentaba, a escuchar a los mayores de la calle,
al fresquito de la noche para aprender.
Hoy me han referido una frase que servĂa de
coletilla a un paisano, ya mayor, y harto de esperar a la gente con las que se
citaba en la Venta Pazo; lugar espléndido para comer por cierto.
Hace años, no muchos, la Venta Pazo era el centro
de los negocios de SanlĂșcar, los que sois de aquĂ lo sabĂ©is bien; allĂ se
reunĂan ganaderos, tratantes de tierras, corredores, almacenistas de frutas, propietarios
de fincas, directores de banco y empresarios de todo tipo, para cerrar con un
café, una cerveza o un vino cualquier negocio.
Ăste que nos ocupa, era tratante de ganado; y
estaba tan hastiado de esperar a gente que decĂan llegar a las diez y lo hacĂan
a las doce; que un dĂa tomĂł una sabia decisiĂłn…
Cuando lo llamaban por teléfono para quedar, se
limitaba a decir:
-“A las diez en la venta, o andando”.
Y si a las diez y cinco no habĂa aparecido el “tal”,
Ă©ste echaba a andar y se iba a sus menesteres, que no eran pocos, y el “tal” si
querĂa verlo, tenĂa que ser andando (en los menesteres).
La puntualidad es una de esas virtudes que
escasean en estos tiempos, lo mismo que dar tu palabra o el apretĂłn de manos
(de eso hablarĂ© otro dĂa).
No obstante, y como dirĂa el gran Groucho Marx :
- Hay personas que, a pesar
de ser puntuales, se les nota el retraso.
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