El dolor siempre se transforma, sea el dolor del tipo que sea, tanto físico como psíquico, moral o sentimental.
El dolor más común, o quizás no, es el físico, nos duelen mil cosas al cabo del día, y cuanto mayor vas siendo más cosas te duelen, no te puedes mover un rato sin que después te duela algo.
Y me quiero referir a un dolor físico en particular, el dolor crónico.
Ese dolor que te atenaza alguna articulación, o un ojo, o parte de la cabeza, o cualquier órgano interno; ese dolor que no tiene solución y que solo se puede aliviar con analgésicos, antinflamatorios, o en necesidad a través de la morfina o con cuidados paliativos.
Ese dolor te hace cambiar tu forma de andar, tu forma de mirar, tu forma de respirar e incluso tu forma de vida para intentar que no te duela o te duela lo menos posible. Podríamos llamar a este dolor, un dolor encubierto, porque nos esmeramos en esconderlo.
Y después está, y quizás más dañino que el otro, el dolor psíquico; ese dolor que se clava sin puñal, que se te mete dentro sin que te inoculen, que te lo tragas sin comer, que te va corroyendo los entresijos de tu cerebro, que te duele muchas veces en las entrañas. Podríamos llamar a este dolor, un dolor mutante.
Y como dolor mutante, poco a poco va mutando dentro de ti, y al final, ese dolor lo único que consigue es que dejes de sonreír, y por ende que dejes de ser feliz.
"Ese dolor se transforma en tristeza, la tristeza en ira, la ira se convierte en odio y entonces es cuando se te olvida sonreír."
No dejes que ese dolor que te infligen mute dentro de ti, mejor rechazarlo antes de eso, e intenta volver a vivir en paz; para ese dolor, no hay cuidados paliativos.
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