Sentado a la luz del sol, esa que alimenta mis sentidos, contemplo a lo lejos el crepĂșsculo del dĂa.
Mirando el cielo en el horizonte, se funden tantos colores a lo lejos, que parece una paleta irisada de un afamado pintor.
Observo el ocaso, y pienso... se me viene a la mente... que asĂ, como yo veo el atardecer, los mĂĄs mayores observan cĂłmo se les va la vida, pero actĂșan de otra forma diferente a mĂ, aunque ya mismo...
Si yo disfruto y gozo viendo como el sol juega al escondite, y me deleito poco a poco, paso a paso con la caĂda de la tarde; ellos, sintiendo que se les acaba el tiempo, desearĂan que ocurriera una ocultaciĂłn corta, y a otra cosa; para que les de lugar a hacer muchĂsimas mĂĄs antes de irse.
Si bien, en el dĂa a dĂa, la existencia se les hace lenta, porque la agilidad declina, la visiĂłn se oscurece, las articulaciones gritan y los sentidos se oxidan; ellos quieren vivir las cosas rĂĄpidamente, solo y exclusivamente para poder llevarse mĂĄs vivencias.
Cuando Ă©ramos niños y querĂamos cumplir los dieciocho para sacar el carnet, ser mayores de edad y poder hacer cosas que antes no podĂamos; ellos o ellas nos decĂan:
- No por mucho madrugar, amanece mĂĄs temprano.
- No tengas prisa por saber lo que el tiempo te dirĂĄ.
- VĂsteme despacio que tengo prisa.
En suma, un sinfĂn de refranes para que no acelerĂĄramos el tiempo justo; pero que ellos y ellas, ahora, cuando el sol casi se les esconde en el horizonte, ni de coña los aplican.
Paradojas que nos enseña esta vida nuestra.
Procuremos ser felices e intentemos hacerles llevadera la caĂda de la tarde.
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