DĂ©dalo estaba tan orgulloso de sus logros que no podĂa soportar la idea de tener un rival; ¿a quiĂ©n saldrĂa su hijo Ăcaro?.
Su hermana habĂa dejado a su hijo, sobrino de DĂ©dalo, a cargo de Ă©ste para que aprendiera las artes mecĂĄnicas.
El muchacho era un alumno capaz y dio sorprendentes muestras de ingenio; caminando por la playa encontrĂł una espina de pescado, imitĂĄndola, tomĂł un pedazo de hierro y lo cortĂł en el borde inventando la sierra; otro dĂa, uniĂł dos trozos de hierro con un remache y les afilĂł las puntas ideando el compĂĄs. Su tĂo DĂ©dalo tenĂa tanta envidia de los logros de su sobrino, que cuando un dĂa estaban juntos en lo alto del templo de Atenea en la AcrĂłpolis de Atenas observando el horizonte, aprovechĂł la oportunidad y lo empujĂł.
Pero la diosa Atenea, que favorece el ingenio, lo vio caer y cambiĂł su destino para siempre transformĂĄndolo en un pĂĄjaro que bautizĂł con el nombre del joven: PĂ©rdix.
La perdiz no hace sus nidos en los ĂĄrboles ni tampoco vuela alto, sino que anida en los setos y evita los lugares elevados consciente de su posible caĂda.
Por este intento de crimen DĂ©dalo fue juzgado y desterrado y PĂ©rdix perdurĂł como ave de suelo para evitar las alturas.
La reflexiĂłn de hoy no tiene ninguna moraleja, quizĂĄ si alguien se la saca la habrĂĄ, pero me ha encantado la historia de la creaciĂłn de la perdiz, segĂșn la mitologĂa griega, y no me he podido resistir a escribirla y publicarla.
Bueno, pero no me voy a despedir hoy, sin dejar una frase de Ăngel Gavinet que me ha parecido genial:
"El horizonte estĂĄ en los ojos, no en la realidad".
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