Lamentablemente, no sé dónde
está. Llevo muchos días, meses, incluso años ya, intentando descubrir dónde se
esconde, o por dónde se pierde, pero no lo encuentro.
Hace cuarenta o cincuenta
años, nos levantábamos temprano, desayunábamos, preparábamos los libros y
cuadernos del instituto, si no los habíamos aviado la noche anterior; lloviera,
tronara, diluviara, venteara, o asolanara, íbamos andando al instituto;
subiendo una cuesta, arropados solo por montones de arena gris que servían para
la construcción de los bloques de pisos de la barriada.
Volvíamos a casa a almorzar,
y casi masticando el último bocado regresábamos de nuevo a las clases de tarde.
Si había que estudiar o hacer
la tarea, se hacía; si se necesitaba consultar algo importante para un trabajo,
el que no tenía en casa medios, tenía que pasar por la biblioteca; cena, baño,
un poco de Un dos tres, o misión imposible, o super agente 86, o doctor Gannon
para las chicas; (en la merienda echábamos un vistazo a Mázinguer Z) y a la cama.
El sábado era otro mundo y el domingo después de cantar en la misa de los
Salesianos, también; nos entreteníamos en escribir cartas a los amigos o
familiares lejanos, y postales de Navidad, charlábamos amigablemente en la puerta
de casa con los vecinos en las calurosas noches de verano hasta altas horas, y jugábamos en la calle con los amigos a
multitud de cosas.
Los que teníamos la suerte de
tener vecinos con teléfono, cuando teníamos que dar una razón los avisábamos
para que se la transmitieran a la familia; autobuses para arriba, autobuses
para abajo, y muchas veces andando desde los pueblos vecinos.
Hoy, con el google y otros
buscadores en la red, los móviles, los coches, el cercanías, los autobuses
modernos, las clases solo de mañana; los lavavajillas, lavadoras, secadoras,
centros de planchado, cafeteras de cápsula, cocinas de inducción o vitrocerámica, y tantos y tantos adelantos, no tenemos ni un rato para hablar con
nuestros hijos o con nuestros padres.
No sé dónde está, la verdad,
se nos escapa entre los dedos; se desvanece entre las horas del día y entre los
meses del año; y creo imaginar por qué.
La sociedad, y sobre todo la
de consumo en la que estamos instalados, acelera los acontecimientos para
vender, y vender, y vender; si no fuera así, no tendría sentido anunciar o
vender: juguetes de Reyes en septiembre, lotería de Navidad en octubre,
mazapanes y turrones en noviembre, disfraces de carnaval en diciembre, abonos
de sillas de la Campana en enero, farolillos en febrero, botos camperos en
marzo, reservar un salón de
celebraciones en abril del año anterior, viajes a la playa en mayo, moda de
otoño en junio, ropas y libros de vuelta al cole en julio, flores de plástico
en agosto, etc.. Estamos lamentablemente acelerados por la inercia del consumo,
eso me hace reflexionar muchas veces, al no saber dónde está mi tiempo… o será
que conforme eres más mayor, cada vez te queda menos y por eso quieres
aprovechar… no sé, ¿y los jóvenes que tampoco tienen nunca tiempo para nada?
Foto extraída de wikipedia. |
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