Cuando vislumbro la trasera de la carroza del Rey
Baltasar me empiezo a sentir mal.
Se apodera de mĂ una sensaciĂłn, como la que siento
cuando después de ver una buena obra cómica en el teatro, salgo a la calle.
El que estĂĄ detrĂĄs de ti en el semĂĄforo, te pita
apresuradamente porquĂ© va muy deprisa a “no sabemos dĂłnde”; la señora que hace
dos horas estaba en el portal arropada por mantas raĂdas y con dos o tres
paraguas haciendo de tienda de campaña, sigue ahĂ; el chico de color que vende
pañuelos en el semåforo tapado hasta las orejas, lo sigue haciendo.
Cuando pasa Baltasar, el o la hija de puta, se
mantiene; el o la malasangre la sigue teniendo mala, el ratero sigue robando, los
que nos hacen la vida imposible siguen en sus trece, y los que no entienden
nada, siguen sin entender. En fin, la capa de Baltasar… telĂłn de la comedia
romĂĄntica que hemos interpretado durante quince dĂas; pero la vida, despuĂ©s de correrse el telĂłn,
vuelve a ser igual. LĂĄstima.
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