Pasa cada mañana delante de mi puerta, despacio, arrastrando
los pies con el mismo ritmo acompasado que rueda el andador que la acompaña, te
da los buenos días saludándote con una sonrisa triste pero luminosa. Hace
tiempo perdió a sus dos hijos; el segundo, cuando se recuperaba de la partida
del primero; y hace poco, cuando intentaba volver a soñar, su marido también se
despidió para siempre.
Pero ella intenta seguir viviendo, siempre adelante, con las
piernas y el alma cansadas, pero de frente.
¡Que ganas de vivir por Dios!
Ante usted Sra. Carmen me quito el sombrero. Le deseo que el
tiempo que le quede en nuestra compañía sea un tiempo de paz.
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