Siempre me ha gustado ser cortés, hace mucho me educaron en la cortesía, en el buen trato a las personas, a ceder el paso, a levantarme del asiento si era necesario, a dar los buenos días, a despedirme; me enseñaron en casa, en el colegio, en el trabajo, desde pequeño.
En la vida familiar también aprendí a ser cortés; y en mi vida laboral, durante mi época de jefe, asimismo tuve cortesía y empatía con mis empleados, superiores y también con los clientes; y eso me ha llevado a mantener una larga amistad con unos y con otros.
La cortesía es una bendición para quien la recibe; que te feliciten en tu santo o cumpleaños, que te den la enhorabuena por tus éxitos, que te animen en tus fracasos, que te digan que estás más joven, más delgado o delgada, más guapo o guapa, que te transmitan energía cuando la tuya veas que se agota, que te saluden por la calle, que te den a elegir, que te cedan el paso, incluso que te echen una mentirijilla piadosa de vez en cuando para hacerte sentir bien. Todas esas cosas te hacen la vida un poco más placentera, ¿o no?
Mas considero, que aparte de la educación que recibas, la cortesía debe salir de tus adentros, creo que hay que ser cortés de corazón, de alma y hacer las cosas por convicción, porque las sientas, no porque las debas; ya, que si eso no es así, la cortesía se convierte en un comportamiento, que va rimando con ella, pero con la que no tiene nada que ver; en esos casos la cortesía, no es más que pura hipocresía.
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