Una mañana, en la que las prisas por
salir no fueron perentorias, me entretuve en mirarme al espejo. Había estado
cantando la noche anterior en la sala Malandar con mi amigo Enrique Sánchez y
su grupo Los Escarabajos; cada vez que lo hago me transporto a la infancia, a
aquella casa de la familia de mi amigo, en la que nos reuníamos para jugar,
aprender, leer, tocar y cantar.
Estudiaba mis facciones; mis arrugas,
mi poco pelo, mi anchura adquirida, y me recordaba de pequeño; enjuto, delgado y
lleno de rizos en la cabeza.
¿En qué nos hemos convertido?
Yo era tímido, ávido de aprendizaje,
humilde, me gustaba cantar, y no me defendía muy mal en el colegio; hoy en día
la timidez se ha escondido, sigo teniendo deseos de aprender de todo lo que se
presente, y creo que no soy nada soberbio; el colegio al que asisto actualmente
es el de la vida, y en ella continúo estudiando diariamente.
Terminando de atusarme,el poco pelo
que tengo, me preguntaba…
¿Habré cubierto las expectativas que
ese niño, que he recordado, se creó en aquellos años sobre su futuro?
¿Estaría satisfecho de mí ese chico viendo como he desarrollado mi vida, o creería que lo he traicionado?
Supongo que no habrá sentido traición, pero sí os voy a contar
un secreto:
Siempre quise ser militar o empleado
de banca; con cinco años tenía una
máquina de escribir pequeñita que aporreaba
en el patio de mi casa y una
escopeta de tapón de corcho con la que hacía la instrucción; por cierto, de la mili me licenciaron por tener gafas.
Espero que, si en algún momento, me
encuentro cara a cara con ese niño que fui, se sienta orgulloso de lo que hoy soy, y nunca tenga que esconder la cara por vergüenza.
Deseo que todos podáis decir lo mismo.
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