Hay cosas que verdaderamente no tienen perdón, o es lo que decimos a menudo.
¡Esto no tiene perdón de Dios! ¡Ni de Dios! ¡Qué barbaridad! ¡Dios perdona todo!
Pues sí, todo tiene, o debe de tener perdón.
Hay afrentas que pudieran ser imperdonables, sobre todos si estas afrentas son a tus hijos, esas duelen mucho más que las que te hagan a ti y, por supuesto, son más difíciles de perdonar.
El ejercicio del perdón es un ejercicio de los que más dificultad puede costar, muchas veces, mucho trabajo, pero no es imposible.
Ya puedes decir que perdonas pero que no olvidas, no es bueno olvidar para que no vuelva a ocurrir lo mismo y que estés advertido o advertida.
No perdonar te corroe por dentro, te ennegrece el espíritu, te hace huraño o huraña, y termina acabando con tu alegría y diría que hasta puede acabar con tu vida.
Una de las personas con un encomiable ejercicio del perdón fue mi madre, q.e.p.d., perdonó tantas cosas la pobre, sobre todo para que no sufrieran sus hijos e hija.
Por ello debo comprender que estará allá en el sitio reservado para las personas de buen corazón.
Aunque...
Para las personas sin perdón en el corazón vivir es peor que la misma muerte.
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