No obligues a nadie a quererte, mejor oblígalo a irse. Quien insista en quedarse, es quien realmente te quiere. Siempre seremos para alguien, la persona correcta que conocieron en el momento equivocado.

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04 mayo 2014

LA PARADOJA DEL TIEMPO.

El paso del tiempo, ese juez inapelable de nuestra existencia, intenta cambiarlo todo, quiere ser dueño y señor de nuestros destinos; pero hay días o momentos en nuestra vida en los que por mucho que lo intente, no puede conseguirlo.
El tiempo nos roba continuamente; nos hurta lo más principal nuestra vida, nos quita los cabellos, nos estafa con su color volviéndolos blancos, nos afana la agilidad, la vista, nos sisa poco a poco la salud; mas todo esto, anoche fue en vano; porque el tiempo, lo que no se lleva, lo engrandece, lo hace imperecedero, y lo deja grabado para siempre en lo más profundo de nuestro ser.
Anoche, tuve la suerte de cenar con mi familia; esa que tengo desde hace cuarenta años, celebramos el “pescaito” del Club Sevillaban, nuestra caseta de feria familiar de la Feria de Sevilla.
Una caseta adornada con farolillos de cielo y mantones de nubes, alumbrada con retazos de luna. Allí estuvimos todos, los que estamos por aquí todavía y los que se tuvieron que asomar a la noche sevillana para estar como todos los años con nosotros. Estuve en la certeza de que nada había cambiado, que teníamos puesto máscaras que nos modificaban el rostro de hace cuarenta años; percibí el aroma de los ducados que se fumaban Juan Chapresto y Miguel Sánchez; estuve bailando con Sebastián Franco, me emocioné con los cantes de mi querido Agustín, brindé con mi compadre Cárdenas, acaricié encarecidamente el cartón de la calva de Eduardo, y realicé el saludo de toda la vida con mi amigo Rafael Ruiz, beso en la yema del dedo corazón. Oí otra vez la voz ronca de Lozano, escuché los improperios de Claudio Carrascal, volví a escuchar de labios de Palomo, el clásico BouLí, vi bailar sevillanas al pequeño pero grande Luis, estuve un rato charlando con Manolo Perea y con su hijo Antonio,  abracé a Gervasini y Morón, y descubrí en las fisonomías de los más jóvenes las caras de sus padres, pero sin la máscara del tiempo. No me cabe más familia en este texto, el alma es un disco duro mucho más grande que el de este ordenador; por lo que prefiero guardar en ella el recuerdo de todos mis compañeros del Banco de Sevilla, ahí nunca se perderán con el tiempo ni le atacarán los virus, ellos también son mi familia, os quiero.


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