No obligues a nadie a quererte, mejor oblĂ­galo a irse. Quien insista en quedarse, es quien realmente te quiere. Siempre seremos para alguien, la persona correcta que conocieron en el momento equivocado.

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27 julio 2023

CUBOS.

La primera vez que mis carnes blancas (no morenas) le tomaron el gusto a una piscina, fue ya "mayorcete", con seis o siete años.
Fue por obra y gracia de la madre de mi buen amigo Enrique SĂĄnchez.
Todos los chavales, que por aquel entonces íbamos a la Farmacia a jugar, leer, entretenernos, y en suma, a aprender, se bañaban en la piscina.
María Isabel, (madre de Enrique, fallecida hace poco), abogó ante mi padre para que me dejara bañarme.
En aquella Ă©poca aprendĂ­ a nadar, bueno, como pude y Dios lo permitiĂł, y me sigo defendiendo.
Recuerdo que JosĂ© MarĂ­a, primo de Enrique, se hacĂ­a todas las mañanas ¡Tres kilĂłmetros nadando! en una piscina de seis u ocho metros, infinitos largos.
Por aquellos años, mi piscina, y la de mis hermanos, era un lebrillo de barro, que nos parecía gigantesco y que se ubicaba en el corredor del "soberao (sobrado)" en el que vivíamos por aquel entonces.
Ese lebrillo lo colmaba mi santa madre con un cubo de zinc que llenaba en el grifo de la concina.
Eran cuatro o cinco cubos, pero lo que si no se me olvida es que el Ășltimo cubo, lo calentaba en la candela de carbĂłn de la cocina, donde hacĂ­a de comer, para que sus hijos no sintieran mucho frĂ­o al meterse en su piscina particular.
¡Como una madre no hay "nĂĄ"!
Y como un buen amigo tampoco.
Ah, y el cubo tambiĂ©n servĂ­a para despuĂ©s de bañarnos, y lavarnos con jabĂłn, enjuagarnos con el agua del lebrillo. ¡Ay la vida! CuĂĄntas experiencias.


Foto extraĂ­da de la pĂĄgina "Mil anuncios"



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