No sĂ© si los niños de cuando yo era chicos eran mĂĄs sanos que los de ahora, no sĂ© si crecimos mĂĄs fuertes o mĂĄs dĂ©biles, mĂĄs listos o mĂĄs torpes, no sĂ© si comĂamos mejor o peor, lo que si es seguro es que menos, pero creo que no peor.
Pero lo que si es seguro es que tenĂamos unos vĂdeo-juegos superiores a los que hoy en dĂa tienen los niños instalados en su mĂłvil.
Videojuegos con inteligencia natural, no artificial, como los de hoy.
En la Farmacia Rossi, donde pasĂ© mi infancia, en cuanto entrĂĄbamos, la mayorĂa de las veces, por el mismo despacho de la farmacia, se encendĂa el video juego.
Ăbamos pasando etapa tras etapa, ventana tras ventana, por ese laberinto de habitaciones, jardines, patios, corrales, piscina y cochera que componĂan la farmacia.
Ăramos muchos jugadores, y tambiĂ©n familiares.
PodĂamos leer, tocar la guitarra o el piano, merendar batido y sobaos en los descansos de los guerreros, hacer experimentos quĂmicos, obras de teatro, circos equilibristas, cabañas en los ĂĄrboles, nadar en la piscina, tocar en un conjunto musical; en fin, un ĂĄrbol de niveles a los que accedĂamos durante el dĂa.
Y os preguntaréis....
¿CĂłmo era el "game over" del juego?
Pues muy fĂĄcil, cuando llegaba el padre de mi amigo Enrique y decĂa:
¡Cada mochuelo a su olivo!
¡Ea, "Po "tos" "pa" casa"!
Bendita farmacia de Rossi y su familia.
RĂo Guadiamar a su paso por mi pueblo. |
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