La memoria de las personas, de los momentos, de los ratos, de lo vivido son una cosa demasiado efĂmera; todavĂa resuenan los ecos de la maravillosa marcha de Antonio Ignacio Gil Vargas, "SoleĂĄ, SanlĂșcar te llora" de 1992 que pudimos escuchar en la entrada del paso de Nuestra Señora de la Soledad y parece que ya todo se olvida.
Al dĂa siguiente empiezan a asomar por las redes sociales los faralaes y las castañuelas, si pasas por la zona de la feria, las casetas ya despuntan al aire, y tambiĂ©n empiezan a florecer las fotos de la Blanca Paloma, no ya por la aberraciĂłn cometida por la televisiĂłn catalana, sino dando a conocer los cuarenta dĂas que restan para el lunes de pentecostĂ©s.
Me niego a olvidar el SĂĄbado Santo, no quiero borrarlo de mi mente, perdurarĂĄ por mucho tiempo, sobre todo por la noche, pero tambiĂ©n de dĂa.
Ese almuerzo con quien comparte mi vida hoy en dĂa, con mi madre, mi hermana, mis hijos y sus correspondientes parejas, ah, y mi sobrino Pepe (que lleva el nombre de mi padre por bandera).
El paladear esta marcha, con mi Virgen de frente, abrazado a los amores de mi vida: Charo, Fran, JesĂșs y la inestimable compañĂa de Mati y Marta, hizo, que como todos los años, nos abrazĂĄsemos mĂĄs fuerte aĂșn, cogidos de la mano; y como todos los años mis malgastados ojos no pudieron contener las lĂĄgrimas. ¡Benditas sean esas lĂĄgrimas por siempre!
Venga lo que venga durante el año, sea lo que sea de felicidad, nada me podrĂĄ hacer mĂĄs dichoso que mantener este pasado SĂĄbado Santo en mi memoria por el resto de mis dĂas.
SoleĂĄ SanlĂșcar te llora (Antonio Ignacio Gil Vargas 1992)
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