No obligues a nadie a quererte, mejor oblígalo a irse. Quien insista en quedarse, es quien realmente te quiere. Siempre seremos para alguien, la persona correcta que conocieron en el momento equivocado.

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01 agosto 2013

LA CASA DEL PUEBLO.

Escucho la voz del viento, que me susurra al oído una ristra de cuentos de príncipes y bandidos que servían de nanas a la hora de acurrucarme entre las sábanas.
Ahora, algunas veces, regresan a mi memoria, imágenes en blanco y negro de mi casa del pueblo para el verano…
Parihuelas de tubos metálicos repintados, con lecho de muelles que acogían menudos cuerpos cansados de correr y jugar por las avenidas de adoquines.
Orinal bajo la cama, para evitar cruzar en la noche, la oscuridad del patio infectada de grillos y salamanquesas.
Lebrillo de barro, gigantesco, multiusos; que era,  lavadora manual y bañera improvisada;  una tabla ondulada por donde paseaba casi toda la ropa de la casa para quedarse impoluta, limpia; cubo con alcachofa sobre el retrete, como ducha improvisada.
Gallinero, sin gallinas ni gallos, cerrado con tela metálica hexagonal; la carbonera, y el cuarto trastero: almacén de olvidos, depósito de la memoria, refugio de ratoncillos que hacían su agosto con los libros y la ropa vieja.
Alacena blanca de celosía,  con visillos verdes de lunares; cocina de ladrillo con hueco para el carbón; palangana con el filo rojo (germen del apodo de los sevillistas) y su correspondiente jarra, todo ello abrazado con pie y toallero de metal.
Nevera de nieve en el comedor, y máquina de coser en la salita, con balancín de pie, para columpiar suavemente en un vaivén a la aguja, mecer a la canilla, y alimentarse de la bobina de hilo de rebaje, dibujando surcos sobre la tela.
Suelos de barro rojo,  con quemas (llagas) del tamaño de un dedo, vigas de madera y techo de ladrillos, tabiques de un codo de anchura, esquinas por todos lados, y escondrijos inusitados. Balcones a la luz del sol y de la luna, donde se balanceaban mis menudas piernas en las noches de verano. En fin, yo también he tenido una casa en el pueblo para el verano, aunque en mi caso, también era para el invierno, primavera y el otoño; en suma, fue la casa donde aprendí a ser mayor.




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