Uno de los que estaban con Jesús, sacó su espada e hirió al sirviente del Sumo Sacerdote cortándole la oreja; Jesús dijo:
-¡Guarda tu espada, porque el que a hierro mata, a hierro muere.! Mateo C25 V51-52.
Esta frase es bien conocida por todos, al igual que esa que dice: Ojo por ojo y diente por diente; pero estas sentencias, que podríamos llamar la cruz de la moneda, también nos podemos encontrar, y deberíamos encontrarnos con la cara.
Hace unos meses, entré todo lo rápido que pude en el metro centro porque se marchaba; echó a andar, y me dispuse a pasar mi tarjeta de transportes por el escáner para pagar.
- Piiiiií, y el color rojo.
Acerqué mi corta vista a la pantalla, la miré de cerca y esta me informaba que tenía 0,52 céntimos de saldo.
Me dispuse a bajarme en la primera parada, antes de que viniera el revisor y me pudiera sacar los colores, cuando un chico joven, estudiante, me paró con la mano, sacó su tarjeta y la pasó por el lector antes de que llegara el revisor; saqué una monedas para pagarle el viaje y el chico se negó a aceptar mi dinero.
Le dí varias veces las gracias hasta que me apeé en la última parada.
Ayer me llegó la oportunidad de empuñar mi espada; estaba sentado en el primer asiento del autobús de línea, cuando una señora, con un carrito de la compra, entró en el autobús; sacó su tarjeta, y ésta, como a mí en su momento, le pitó y se iluminó en rojo; la señora hurgó en su monedero y sólo encontró un billete de cincuenta euros, para lo que el chófer-cobrador no tenía cambio. Me levanté con mi espada en mano (tarjeta de transporte), y le dije que pasara, que yo me encargaba.
¡Quien con hierro vive, a hierro revive! Y ayer me tocó a mi la resurrección.
¡Por Dios, ya es hora de resucitar!
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