Nuestros antepasados, de hace miles de años, ya eran supersticiosos y el acto del estornudo lo tenían catalogado en un baremo que indicaba si era de mayor o menor gravedad, dependiendo del momento, del día y del lugar en el que se producía.
Estaban convencidos que el estornudo era un medio por el que los malos espíritus y las enfermedades podían colarse en nuestro cuerpo, por lo que al escuchar un estornudo los presentes exclamaban cosas como:
- ¡Que Júpiter te conserve!
- ¡Que Zéus te salve!
Esto en el caso de los griegos; y ¡Salve! en caso de los romanos.
Con la llegada del cristianismo la contestación al estornudo se tornó en ¡Jesús!, o ¡Jesús María! que para los pequeños es: ¡ACHUMARÍA!, todo para protegernos de los malos hados de los estornudos.
Dada la mutación peligrosa que está tomando nuestra existencia, las personas de buena fe vamos a tener que llevar siempre en nuestra boca esta expresión.
Si navegamos en la violencia: ¡Jesús María!
Si entramos en campaña electoral: ¡Jesús María!
Si tenemos que manejar dinero, prestarlo, pedirlo prestado, o solo comprar: ¡Jesús María!
Si entramos en las redes sociales: ¡Jesús María!
Si leemos, vemos o escuchamos las noticias día a día: ¡Jesús María!
Si hablan de nosotros por la espalda, o nos miran por encima del hombro: ¡Jesús María!
Si etc., etc...
¡JESÚS MARÍA!
Como siga la cosa como va, si proseguimos nadando en el desconcierto, la "maleducancia", el ansia de poder, y el consumo extremo, a Jesús y María, desgraciadamente, acabaremos borrándole el nombre.
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