El
manto negro se descuelga a cada lado de la cara impidiéndome aún más la visión,
ya de por sí bastante mermada; más aún con solo la vista frontal ha sido
suficiente para valorar un empeño, un trabajo, una misión, que en un momento
determinado fue encomendada a unos amigos y que desde ese tallo, en solo cinco
años, ha crecido una palmera realmente extraordinaria.
No han faltado las trabas ni las inclemencias del tiempo, pero dentro
de la hermandad, y fuera, hay muchas personas que han dedicado y dedican mucho
de su tiempo a que todo salga bien, a pensar cosas nuevas, a construir, a
desmontar(mucho más difícil); a controlar, a contar, a pagar, a cobrar, en suma
a trabajar para construir un sueño.
Desde
que me decidí a probar en este proyecto, y tuvieron la gentileza de aceptarme,
he soñado muchas veces con los bancos, con la escalera hacia el presbiterio,
con el patio de los naranjos, con el
minarete excelso, y he pensado otras tantas cómo debería ser mi comportamiento,
y mi forma de actuar.
Al
final me decidí por interactuar con los visitantes, adentrarlos en los juicios,
en las sentencias, en los cultos; e interactuar de nuevo en la calle, haciéndonos
también miembros de la espera en la entrada.
Y
de nuevo vuelvo al negro manto, que hace de marco para recibir a los niños y la
niñas; te acercas y se embelesan, he recordado cuando me vestía de Rey Mago en
el Banco para repartir los regalos; pocos han tenido miedo, pocos han
retrocedido, quizás porque la promesa era que su nombre llegaría a los Reyes
Magos.
Me
siento feliz de haber aportado mi granito de arena a que todo saliera bien,
agradezco a mis compañeros del Sanedrín que me hayan arropado en su seno, y
conmino a todos mis amigos a que el año que viene no se lo pierdan.
Esta
noche, última noche en esa Belén efímera a veces, milenaria en otras, nos hemos
despedido hasta el año que viene; ojalá que el que va a nacer ponga su mano
para que eso sea posible; la quinta edición del Belén viviente de la hermandad
del Santo Entierro de Sanlúcar la Mayor, se difuminó en una noche húmeda tras
la cortina de niebla que arropaba el minarete que se erige en el patio de los naranjos.
El
sueño se ha cumplido, esta noche, en la que no se puede ver a más de dos
palmos, escribo esto gritando a los cuatro vientos desde el balconcillo del
campanario de la torre de San Pedro:
¡Gracias!
Pero también no he tenido más remedio que gritar:
¡Por favor, hagamos lo posible por recuperar esta iglesia, emblema de esta ciudad!
Bienvenido a siglo I de Nuestra era. Natividad del Señor.
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