Esta noche pasada creo que todos, o si no la mayorĂa, hemos padecido este sĂndrome; y no solo por un motivo, sino por muchos.
La silla vacĂa emerge de entre los recuerdos a cualquier hora de la noche; mientras mĂĄs reciente haya sido la pĂ©rdida, menos tiempo tarda en aparecer la dichosa silla.
Un buen amigo me decĂa ayer:
- No serĂĄ la de este año mi mejor nochebuena, ¡Abraza a tu madre!
Le contesté:
Claro amigo, abraza tĂș a tus hijos como si fueran la tuya, que al final es lo que son.
Esta añoranza, como he dicho antes, es natural, lo innatural serĂa lo contrario.
Pero creo que hay otras sillas vacĂas, que son bastantes mĂĄs dolorosas, o por lo menos igual que las de antes, y son las que estando aquĂ las personas que las deberĂan ocupar, no quieren hacerlo; las que cenan como los "pavos" por el simple hecho de cumplir, y salen despavoridos buscando el bar de copas o las copas de la reuniĂłn; familia, que por otro motivo, tambiĂ©n muy doloroso, no puede acompañarte ocupando esa silla; los que estĂĄn en hospitales, asilos, tambiĂ©n debajo de un puente, en un zaguĂĄn, en la entrada de un banco, o en la cĂĄrcel; supongo que Ă©stos tambiĂ©n deben de tener familia.
Si el devenir de la vida determina que una silla quede vacĂa para siempre, siempre nos dolerĂĄ la nostalgia que ello produce, si bien el tiempo puede aliviarla; ahora, si son ellos o ellas, por su decisiĂłn, los que deciden esa ausencia, entonces el sĂndrome de la silla vacĂa se transformarĂĄ en: la rabia de la silla vacĂa.
Esa, si quiere quien tiene que querer, se puede remediar.
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