A mi padre que me inculcĂł el amor hacia Ella; y a mi madre, que pidiĂł irse con Ella, como tantas y tantos otros que se han despedido de este mundo abrazados a Ella, al igual que yo mismo quisiera cuando me llegue la hora...
Por palio tenĂas un
cielo azul,
añoranzas de alegorĂas de muerte
el triunfo, ante un esqueleto inerte
y sobre el mundo de la Santa Cruz
el homenaje a tu titular
el dulce nombre de JesĂșs.
Con el crepĂșsculo de
una tarde de pena
y con ojos llorosos sales a SanlĂșcar;
bien sea con saya negra o pĂșrpura,
los sanluqueños igual te esperan
para ver tu cara dulce de azĂșcar
fina, bella y radiante azucena.
¿Por quĂ© miras al
lado, Madre?,
¿Es que no quieres mirar al cielo
para no contemplar en tu palio
iluminado por el sol de la tarde
la muerte de tu hijo, Dios Cordero?
¡TĂș estĂĄs sola, Soledad!
Aunque estemos contigo esta tarde;
mas tan sĂłlo con mirarte
y ver tu cara llorar,
da pena no ser estandarte
para poder aliviar
esa pena tuya grande.
La plaza es un
revuelo
para ver tu caminar,
la mĂșsica empieza a sonar
rezuman arte tus costaleros
y pone su voz en capataz,
mis ojos ya estĂĄn llorando
y mis labios dicen al rezar:
¡Campanillas de
cristal
que adorĂĄis las bambalinas!
¡Decidle al aire que la quiero!
Y a la hora de mi muerte,
cuando suspire mi Ășltimo anhelo…
¡Soledad, coge mi alma en tus manos
y llévala con tu hijo al Cielo.
añoranzas de alegorĂas de muerte
el triunfo, ante un esqueleto inerte
y sobre el mundo de la Santa Cruz
el homenaje a tu titular
el dulce nombre de JesĂșs.
y con ojos llorosos sales a SanlĂșcar;
bien sea con saya negra o pĂșrpura,
los sanluqueños igual te esperan
para ver tu cara dulce de azĂșcar
fina, bella y radiante azucena.
¿Es que no quieres mirar al cielo
para no contemplar en tu palio
iluminado por el sol de la tarde
la muerte de tu hijo, Dios Cordero?
Aunque estemos contigo esta tarde;
mas tan sĂłlo con mirarte
y ver tu cara llorar,
da pena no ser estandarte
para poder aliviar
esa pena tuya grande.
para ver tu caminar,
la mĂșsica empieza a sonar
rezuman arte tus costaleros
y pone su voz en capataz,
mis ojos ya estĂĄn llorando
y mis labios dicen al rezar:
que adorĂĄis las bambalinas!
¡Decidle al aire que la quiero!
Y a la hora de mi muerte,
cuando suspire mi Ășltimo anhelo…
¡Soledad, coge mi alma en tus manos
y llévala con tu hijo al Cielo.
De mi pregĂłn de Semana Santa de 1992.
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