Dedico este poema a quien me enseñó a caminar debajo de un paso. A José Caro, Carito, conocido como la Bruja.
Negro
y estrellado el techo de estancia
donde fuiste humillado, Hijo de Dios;
mas aceptaste humilde tu dolor,
y desde que sales a la plaza
tu cara se llena de amor
al son de una sublime marcha.
¡Los
sayones se celan en tu castigo!
¡Y nosotros te castigamos con celo!
¿Por qué no tenemos el anhelo,
siendo humanos y vivos testigos,
de la redención del cielo?
¡Que
la túnica del esclavo no se meza!
¡Que las plumas del centurión no puedan volar!
¡Que los látigos sean de amor y amistad!
Y que no tengamos que esconder la vista
para poderte mirar.
¡Bruja! ¡Adiestra a tu cuadrilla,
que no abra mucho el compás1
Porque sangra a brecha abierta
y perdona con caridad.
¡Costalero, empuja de verdad!
Que con tu espalda dolorida
tienes el gozo de portar,
¡A ese cristo tan sublime,
donde fuiste humillado, Hijo de Dios;
mas aceptaste humilde tu dolor,
y desde que sales a la plaza
tu cara se llena de amor
al son de una sublime marcha.
¡Y nosotros te castigamos con celo!
¿Por qué no tenemos el anhelo,
siendo humanos y vivos testigos,
de la redención del cielo?
¡Que las plumas del centurión no puedan volar!
¡Que los látigos sean de amor y amistad!
Y que no tengamos que esconder la vista
para poderte mirar.
que no abra mucho el compás1
Porque sangra a brecha abierta
y perdona con caridad.
¡Costalero, empuja de verdad!
Que con tu espalda dolorida
tienes el gozo de portar,
¡A ese cristo tan sublime,
el Señor de la Humildad!
De mi pregón de Semana Santa de 1992.
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