Los seres humanos somos dueños de nuestras cosas.
Nuestra casa, quien la tenga; nuestros padres y hermanos, nuestros hijos, nuestras parejas, nuestros recuerdos físicos, nuestra memoria...
Pero lamentablemente somos dueños de la nada.
Nada es nuestro; todo, absolutamente todo, es prestado, y como tal lo tendremos que devolver.
Hay una sola cosa que nos pudiera pertenecer nuestros actos, nuestros escritos, nuestras obras, si se mantienen en el tiempo; bueno, pertenecerán a los que queden aquí no a nosotros.
Pero lo que si es cierto es que hay tres elementos que, no solo son los dueños de la nada, sino que son los dueños de la nada absoluta.
Y dos de ellos son los dueños de la nada incluso en vida de la persona.
Uno es el silencio, la persona que es silenciada o que es obligada a silenciarse; y el otro, más preocupante aún, es el olvido. El olvido de la gente que te conoce, de los amigos, de la familia, e incluso y mucho más penoso de tus hijos.
Y por último está la última dueña de la nada absoluta, la muerte.
La muerte, el silencio y el olvido; definitivamente son los dueños de la nada.
Foto de la playa de Águilas, colección particular. |
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