Compadre, ayer tocĂł la campana del almanaque para avisarme que hace ya siete años, siete que te marchaste (joder quĂ© desmesurada es la vida), y han pasado tantas cosas desde que te fuiste; han acaecido tantos avatares desde que el humo de tu alma subiĂł nubes arriba hasta lo mĂĄs alto del cielo, que no lo podrĂas creer.
Los que te quisimos, los que te queremos, los que te querremos, no te creas, vamos cumpliendo nuestros años y poco a poco vamos camino de tu destino, porque queramos o no queramos es el destino de todos.
La muerte no es ni mĂĄs ni menos que la consecuencia de la vida, nada mĂĄs ser concebido el ser humano, lo Ășnico que tiene claro es que su muerte ya estĂĄ sentenciada; a cada cual le llegarĂĄ cuando Dios quiera, cuando el cruel destino la adelante, si una enfermedad o accidente no lo deja vivir, o cuando esa persona prefiera abandonar voluntariamente a su cuerpo.
A la muerte se le ha llamado de tantas formas...
La mujer de negro, la de la guadaña, la parca, la "catrina", la novia fiel, doña frĂa, la igualadora (anda que no), y un sinfĂn de apodos mĂĄs; pero la definiciĂłn mĂĄs bella, menos dolorosa y mĂĄs esclarecedora que he escuchado, ha sido la hecha en la pelĂcula "el mĂ©dico", por el galeno y maestro de Ispahan, Ibn Sina; por cierto, papel interpretado magistralmente por Ben Kingsley, y decĂa asĂ:
"La muerte es el umbral que todos debemos cruzar en silencio, con el impulso del Ășltimo aliento, hacia la paz eterna"
Querido Juanjo, ahĂ en la paz eterna, donde espero te estĂ©s riendo de todos nosotros y de nuestras gilipolleces (¡QuĂ© gilipollas es el ser humano!), nos veremos seguro. Un beso allĂĄ donde mores.
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