En el mayor de los casos, en el noventa por ciento de nuestra existencia, nos movemos entre ideas menores; aunque para nosotros parezcan ser enormes, aunque creamos que son inmensamente grandes, no dejan de ser menores.
Un pequeño con 41º de fiebre por la garganta, generalmente es una cosa menor, aunque nos parezca a todos los que hemos sido padres o madres, de causa mayor.
Con las ideas que tengamos o tengan pasa exactamente lo mismo; se puede tener la idea de subir el salario mínimo, de bajar la cuota de autónomos, la ley de eutanasia, recortes en educación, en sanidad; ideas de independencias absurdas, ideas de conseguir cosas con la violencia, idiomas, dimes y diretes o diretes y dimes.
Pero lo que realmente infecta todo es la demagogia, en casa, en el trabajo, y sobre todo en la política; la política actual, y no solo en España, está blanqueada con unas pocas capas de espesa cal demagógica.
En la televisión, en la radio, en la prensa escrita, en las redes sociales, en todos estos sitios aflora a menudo la demagogia por los cuatro costados.
En la música, en el espectáculo, en muchos, muchos sitios, la demagogia emana por las paredes de todos los estratos sociales como si fueran pintas verdes, como si fuera un sarampión o una varicela.
Pero hay una definición manifiestamente aplaudible de la demagogia a cargo del gran Abraham Lincoln, político y abogado estadounidense (1809-1865 asesinado)
"La demagogia es la capacidad de vestir a las ideas menores con palabras mayores"
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