Sentado en la orilla del mar, o la mar, como diría Alberti, observo paciente los rizos de espuma que cabalgan en sus olas.
Aguas templadas, que recogen como madre inmensa, a sus hijas que peregrinan por los surcos de los ríos, o a sus hijas que emanan de los bloques níveos de los polos. Inmensa y húmeda urbe, donde conviven millones de especies en armonía.
Aguas templadas, que vienen a besarte los pies, cuando vas a saludarlas, pero siempre se arrepienten de quedarse contigo, y vuelven hacia atrás llevándose el suelo en el que pisas.
Aguas templadas, que han sido tierra, para recibir a los que partieron convirtiéndose en ceniza; corrientes que acogieron a los que tuvieron que abandonar a sus familias para salir a buscarse el pan y que durmieron para siempre acurrucados en sus olas.
Aguas templadas, donde surgió la vida en este mundo, ahí están: la más grande, el más pequeño, el más asesino, el más inteligente, el más colorista, el más inerte, y el ser humano……..
Aguas templadas, que por desgracia, se inundan cada vez más de cochambre que producimos sin control, al libre albedrío; y que colorean con tintes de muerte, el burbujeo constante de la pleamar y la bajamar.
Aguas templadas, que imploran a los humanos con su llanto pausado de vaivén; con sus salados besos y sus húmedas sonrisas, un poco de gentileza a la hora de convivir con su inmensidad.
Que Poseidón vele por vuestro día, y que el canto de las sirenas amenice vuestros avatares diarios con una música de esperanza.
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