Siempre tenemos la mala costumbre de buscar culpables, sobre todo para evitar nuestras irresponsabilidades y tapar nuestros errores.
La humanidad tiene infinidad de problemas, una multitud de carencias, enfermedades y todo tiene un origen definido, un germen que es el que ha envenenado al hombre y a la mujer desde el principio de los tiempos, hasta en la fábula bíblica de Adán y Eva, existe y se hace presente.
El hambre en el mundo es consecuencia de ella, la contaminación es su responsabilidad, la carencia de soluciones para enfermedades ya muy antiguas también, la precariedad laboral, la falta de sueldos dignos, la competencia por querer gobernar a costa de todo; todas las insuficiencias que podamos imaginar, toda la problemática con que podamos toparnos, todo tiene una misma raíz, un mismo tronco del que proceden todas las ramas.
La avaricia del ser humano es insaciable, solo quiere devorarnos más, y más, y vive para ello.
Hay hambre porque existe quien tiene lo que no podrá gastar en cien vidas; nos contaminan con carburantes y plásticos porque eso genera muchos beneficios, tantos, que no los podrán invertir ni en cien vidas; puede que no salgan a la luz muchos medicamentos por la competencia de las farmacéuticas y la lucha de patentes; hay empresas con muchos beneficios basados en la precariedad económica de sus empleados que jamás podrán gastar ni por supuesto reinvertir todo lo amasado.
En fin... política, religión, países, empresas, personas, todos y todas nos movemos espoleados por la avaricia (me incluyo yo mismo), todos lo hacemos, conociendo que la avaricia siempre rompe el saco; y más aún, sabiendo que ninguna mortaja tiene bolsillos (Papa Francisco dixit), ¿”Pa qué”?
Lo único que deberíamos tener en abundancia, y esa, por desgracia, está totalmente reñida con la avaricia es la generosidad si no...”To es un pa ná”.
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