Durante mucho tiempo he admirado a los compañeros que tenĂan la virtud de desconectar, al final de la jornada laboral, de su quehacer diario; volvĂan a casa, y en teorĂa no se acordaban del trabajo, dedicando su tiempo libre a la familia y amigos.
Me quedaba perplejo cuando me lo decĂan porque para mĂ era completamente imposible desconectar de las preocupaciones del trabajo, ¡Por Dios, como si fuera un autĂłnomo!.
Tengo amigas, una en especial, que tiene la virtud de meditar detenidamente; durante ese lapsus de tiempo dice que desconecta del mundo mundano y se evade de problemas, preocupaciones y sinsabores; y cuando termina su meditaciĂłn vuelve a la vida normal.
Todo el que pueda hacer eso lo considero un privilegiado o privilegiada porque para mĂ es imposible; y mira que lo he intentado veces, pero jamĂĄs lo he conseguido, mi cabeza se va a buscar descaradamente mil preocupaciones para no dejarme desconectar.
Ahora sĂ, lo que es cierto, es que la mejor forma de desconectar, de descansar del mundanal ruido, de no tener problemas diarios; de no tener que trabajar, ni sufrir, es quitando definitivamente el enchufe a la vida.
Cuando "entreguemos la cuchara" todo se desconectarå y acabaremos dejando aparcadas para siempre todas las cosas que nos han preocupado de por vida; asà que yo prefiero tener pensamientos e ideas rondåndome la cabeza a cada instante, porque supongo, que es señal de que sigo vivo.
¡Hay que darle vida a la vida!
¡Hay que darle vida a la vida!
Aunque algunos y algunas, por muchas vueltas que le den a la cabeza...
¡Nulidad supina!
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