De todos es sabido el miedo que le tenemos a la letra pequeña de los contratos; siempre se ha dicho, y muchas veces se ha demostrado que ahí es donde te la "meten" en todos los acuerdos. La letra pequeña, ese bla, bla, bla, que escuchabas a un notario cuando te leía la letra pequeña de las hipotecas, esa sucesión de letra minúscula que algunas veces hay que coger una lupa para descifrarla.
La comparo con las contra-indicaciones de los prospectos de los medicamentos; bla, bla, bla, pero ahí están y son ciertas.
En todo contrato hay una letra pequeña; en letra grande y negrita lo que quieren que leas para incitarte a firmar, y en la pequeñita lo que te van a colar de rondón, ya que no vas a leer, ni de "coña", la letra chica.
Pasa también, cuando firmas el contrato del matrimonio, cuando decides signar tu acuerdo para ser padre o madre; cuando rubricas tu compromiso de amistad con alguien, cuando pactas cualquier tipo de compromiso, en los pactos post-electorales; siempre, siempre hay una parte muy importante escrita intrínsecamente, o no, en letra pequeña.
En esa letra menuda, en esos pequeños detalles, es donde siempre, desde el principio de los tiempos, se esconde el diablo.
¿Sería grande el edén donde estaban Adán y Eva? Pues el puñetero diablo estaba escondido en una manzana envenenada.
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