La televisiĂłn emite desde aproximadamente 1986-1990 durante las veinticuatro horas del dĂa, desde aquellos tiempos, en los que yo era joven, se han visto tantas cosas en esa pequeña, grande, o plana caja tonta.
Las cadenas privadas proliferaron en un centenar de frecuencias, y tambiĂ©n producen programas las ruinosas cadenas autonĂłmicas, que junto con la estatal estĂĄn regidas lamentablemente por los polĂticos de turno.
Si pudiĂ©ramos hacer una lista de los bodrios, sapos, ranas, rollos, barbaridades, mentiras; y cĂłmo no, anuncios y mĂĄs anuncios que nos hemos tragado; seguro que necesitarĂamos unos ingentes rollos de cocina unidos unos con otros para escribir o anotar todas esas cosas.
¡QuĂ© barbaridad!
¡Da espanto poner algunos canales de televisiĂłn, ver algunos programas, y sobre todo soportar esa colosal ristra de mentiras que inundan nuestra sala de estar e incluso nuestros dormitorios!
¡Que listeza desarrollan los productores, editores, y programadores para intentar conseguir enganchar a los televidentes durante el mayor tiempo posible, reclutando con una noticia durante muchas horas al personal!
Y el fanatismo, y sobre todo, el sensacionalismo maldito que nos acojona a diario en esos programas en el que el presentador o presentadora señala a la cåmara contando simplemente cosas nefastas.
El poder de la televisiĂłn, al igual que el de las redes sociales, mĂĄs modernas, en el que cualquiera quiere poner algo para vivir sin doblarla, ¡Dios mĂo!
DespuĂ©s de lo visto y revisto, he llegado a la conclusiĂłn que en este mundo: DespuĂ©s de lo visto, he visto que hay muchos listos, demasiados dirĂa yo.
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