Hace muchos, muchos años, cuando el barrio donde hoy vivo era una descampado de piedra caliza y cuesta abajo, cuando allí solo se ubicaba el Colegio Libre Adoptado Mixto, posteriormente el Instituto, cuando no había ni centro de salud, ni colegio de la paz, y los bloques de pisos solo eran montones de arena gris, cuando jugábamos en la barranca que daba al antiguo camino real viejo que nos lleva al río, había en la ladera del camino una cueva de un lagarto.
De vez en cuando nos asomábamos al "precipicio" y observábamos anonadados cómo un inmenso reptil de por lo menos cuarenta centímetros salía a una plataforma que sobresalía de la pared para tomar el sol en otoño, los reptiles son de sangre fría y estábamos a mediados de octubre recién estrenado el curso.
Como los niños no son nunca nada de buenos, y con esa edad, nueve o diez años, todavía dábamos tablillas a sapos y lagartijas, cuando nos enteramos que la carne de lagarto estaba riquísima, blanca, y mucho más fina que la del pollo, y como nos permitíamos pocos homenajes a la hora de comer por esas fechas, decidimos cazar al lagarto para asarlo.
Cuando salimos al recreo corrimos a la parte de arriba de la barranca desde donde se divisaba el "solarium" particular del saurio, cogimos una buena piedra, con unos buenos cantos para ver si acertábamos al bicho y así podernoslo comer; pendientes, acechantes, pacientes, a la espera de cazarlo; pero el destino nos jugó una mala pasada, más bien diría que le jugo una buena pasada al lagarto.
El reptil salió de su madriguera, despacio, como los dragones de Comodo, dispuesto a tomar su ración de rayos solares, y justo cuando íbamos a empujar la piedra para cazarlo, apareció debajo de la plataforma, José Manuel, que había bajado a ver cómo podía llegar hasta la cueva.
-¡Cuidado, que va una piedra!
Miró arriba, el lagarto se volvió raudo a su cueva al escuchar los gritos y José Manuel escondió su delgado cuerpo bajo la plataforma saliente; el peñasco rebotó en el reborde y fue a parar a la mitad del camino.
La broma nos pudo costar muy, pero que muy cara, sobre todo al pobre José Manuel que se quedó más blanco que la carne del lagarto. La plataforma le salvo la vida a ambos al lagarto y a José Manuel. Menos mal...
La vida escribe nuestro destino con renglones insospechados.
La vida escribe nuestro destino con renglones insospechados.
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