Este título "honoris causa" por la universidad de la vida, que algunos (y aquí sí voy a hacer diferenciación de sexo) y algunas llevan prendido a su pecho como una condecoración, no tiene nada que ver con la profesión que eligiera en un momento determinado su madre.
Literalmente, el tener una madre prostituta no tiene que ser óbice para que un "tío" o una "tía" sea un mala o una mala sangre.
Esta gentuza, aparte de serlo, es que disfrutan siéndolo; se vanaglorian de ese título y esa medalla les implica ir por el mundo vacilándole a las gentes de bien, y además haciéndoles putadas, que "etimológicamente" son las acciones que hacen los hijos de puta.
Hay tantos y tantas sueltos/as por ahí, que parece ser que, adquirir esa condición sea más fácil que contagiarse del tan traído y llevado coronavirus.
Éstos están infectados e infectadas del "puteovirus", un virus que infiere al que lo adquiere o al que se lo inoculan (algunos y algunas se convierten en hijos de puta por avatares de la vida, aunque no quieran serlo) la capacidad de estar por encima de los demás, de ser superiores, de tener el poder de pisar el cuello del vecino para no dejarlo levantar cabeza.
Hace una semana, viendo la espléndida película "CINEMA PARADISO", había gente que se sentaba en los palcos y no tenían otro entretenimiento que escupir y tirar las colillas encendidas a los pobres que estaban sentados en el patio de butacas.
Tener dinero, tener poder, ser de clase superior, tener más cultura, ser más inteligente, tener más posibilidades, no exime a los hijos de la gran puta de ser así; y eso, aunque su buena madre sea una santa, como se decía cuando yo era pequeño.
Los hijos de puta no se levantan por la mañana, se miran al espejo y dicen: ¡Soy un hijo de puta!
¡Les importa un carajo serlo y que sepan los demás que lo son!
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