Cuando eres pequeño, tus brazos son demasiado cortos para abrazar a todos los que te quieren; padre, madre, hermana, hermano, abuelos y en algunos casos, como yo, un afortunado, (mi abuela Concha la vieja) a bisabuelos.
Esto del abrazo se convierte irremisiblemente en una paradoja del destino, conforme vas creciendo y tus brazos se van haciendo mås amplios y fuertes, van desapareciendo las personas a las que de pequeño no abarcabas y que ahora las tienes para abarcar.
Cada vez que falta alguien de tu familia, el abrazo se hace mås corto, mås pequeño, mås diminuto, se van marchando poco a poco, uno tras otra, y la nostalgia hace temblar tus extremidades superiores porque dejas de sentirlos.
Abrazaste los gestos, las miradas, ceñiste las sonrisas, las carcajadas, incluso las desavenencias y las discusiones; rodeaste entre tus brazos los besos, las caricias, ese pelo que se fue volviendo blanco, las arrugas de la piel; envolviste junto a tà a esa pequeña "personita" que te regaló la vida, le diste el biberón, la papilla y la fruta; pero progresivamente, se van marchando, unos para no volver mås y otros que se alejan por trabajo o devoción, hasta que no tienes nadie a quien abrazar.
La Ășnica suerte que te puede restar es que te abracen los que te sigan, los que queden cerca de tĂ, los nuevos vivientes de tu cĂrculo vital: parientes, o amigos, un placebo de lo que realmente deseas.
Pero por muchos abrazos que recibas de los nuevos inquilinos, de los que abarques, siempre, digo bien, siempre extrañaras algunos o muchos de los que ya no tienes.
Puedes tener un millĂłn de abrazos nuevos, pero siempre vas a echar de menos a los que se fueron, y que ahora con tus brazos enormes y fuertes, ya no puedes abrazar. Hay que aprovechar las ocasiones que nos regala la vida y no rechazar nunca la oportunidad de dar un abrazo a un ser querido.
"Extrañar no tiene brazos, pero aprieta tan fuerte el corazón..."
Foto extraĂda de la pĂĄgina: cenitpsicologos.com |
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