Desde que tengo uso de razón he presenciado la estación de penitencia de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de mi ciudad, y en esa procesión desfilaban dos mujeres, una con un paño con una pintura de Jesús y otra con una cruz, un cáliz y con los ojos vendados.
La primera, la Verónica, cuya existencia solo aparece en un evangelio apócrifo (los canónicos o aceptados por la Iglesia Católica no la mencionan); es, en el evangelio apócrifo de Nicodemo, donde se narra este episodio del paño que enjuga la cara de Jesús y en el que queda dibujado su rostro.
La segunda, la Fe, es una figura alegórica, representada por una mujer que porta en su mano izquierda una cruz y en su derecha el cáliz con la sangre de Cristo, y todo ello, con los ojos tapados, no necesita ver nada para creer, para tener fe.
Tener fe, literalmente es: creer sin ver, confiar sin tocar, sentir sin oír, considerar bueno sin probar, y aromático sin oler; creer en algo o en alguien sin ninguna base a la que agarrarte.
De niño, la fe llega de manos de tus padres, tu confianza en ellos hace que cuando te asaltan las dudas les inquieras; y ellos, con esa seguridad que dan los padres cuando te hablan, hacen que te sientas seguro y confiado en tu fe.
De mayor, cuando ya estás solo, sin el apoyo de ellos, las dudas golpean de lleno en el corazón; es cuando empieza la desconfianza por las cosas que ves y que vas descubriendo; la incertidumbre, mucho no tiene una explicación coherente; el titubeo y la indecisión, son pasos tan importantes, tan difíciles que cuestan mucho trabajo darlos.
Aunque siempre hay que tener fe; y como dice el resumen de los diez mandamientos un poco retocado por un servidor:
"Hay que tener fe en Dios sobre todas las cosas, y fe en el prójimo como en tí mismo."
![]() |
Foto extraída de la página: la hornaciona.com |
No hay comentarios:
Publicar un comentario