El cero, o el vocablo que lo determina, es un préstamo del siglo XVII de italiano "zèro", y éste del latín científico medieval "zephyrum" . El término latino es absorbido del árabe "sifr" (vacío, cero), y estos lo copiaron de los hindúes, que ya lo conocían con el nombre de "sunja"; este concepto, constituyó una innovación en el sistema numérico decimal árabe, y a la postre mundial.
Pero los mayas ya habían descubierto el cero independientemente, y lo usaban en su calendario; era un sistema de 20 (contaban con los dedos de las manos y los pies) y no como ahora que utilizamos un sistema decimal, basado en el 10.
Las palabras "cifras" y "descifrar" también provienen del vocablo "sirf" árabe.
El cero tiene un valor importantísimo en las matemáticas para determinar el valor posicional de un número: 6, 60, 600, 6000 etc, y tiene también la virtud de hacer de frontera entre los números positivos, y los negativos 5,4,3,2,1, 0, -1,-2,-3-4.
Esta cualidad lo convierte en el principio de los termómetros, de las cintas de medir, de las coordenadas, de las alturas, y por supuesto de la nada.
Y lo más importante de todo, el cero sirve para valorar el trabajo, las decisiones de mucha gente de la que dependemos, y que últimamente los podríamos valorar con un cero; está bien, lo valoraremos con un "uno" porque si lo valoramos con un cero, más tarde o más temprano, y si siguen por estos derroteros, llegaremos al menos uno, o al menos dos.
Lo cierto y verdad, es que preguntes a quien preguntes, podríamos utilizar el famoso cero que se inventó Aznar, y que escuchó de Gomaespuma en su parodia del "gitanito Pelaéz"...
¡Cero pelotero! señores, ¡Cero pelotero!
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